En medio de una gira que lo ha llevado por diferentes ciudades del país, el escritor Rafael Dumett habla con Domingo sobre El espía del inca, su exitosa novela, que cuenta en clave de ficción el final de la dominación incaica y la trama política escondida detrás de este hecho histórico.
"Primera cuerda: blanco entrelazado con negro, en Z". Como si se tratara de un enorme quipu que tiene trazada una ruta que une las ciudades andinas del Perú, Rafael Dumett ha visitado Arequipa, Cusco, Andahuaylas, Abancay, Huancavelica y Lima para presentar El espía del inca, una novela histórica de casi 800 páginas que en menos de un año va por su segunda edición. De paso, ha aprovechado su presencia en Lima para asistir a la puesta en escena de Camasca, una obra con la que ganó el premio de teatro de la Asociación Cultural Peruano-Británica. Este limeño de estirpe ayacuchana estudió Lingüística y Teatro en la PUCP. Viajó a Francia para una especialización en Dramaturgia en la Sorbona y fue guionista de documentales. Radica en San Francisco, California, donde se gana la vida como profesor universitario. Dumett sigue sorprendido con la recepción a su novela y la numerosa presencia de jóvenes en sus disertaciones:
¿Qué es lo que más te preguntan durante las presentaciones en estas ciudades?
Lo que más me preguntan es “¿por qué esta historia te concierne?”, “¿cómo tramé la historia?”.
¿Y por qué te concierne? ¿Tu estirpe ayacuchana influyó en el origen Lucanas de El espía del inca?
Él es un chanka de Anqara (Huancavelica). Mi abuelo emigró desde Siria y terminó en Aucará, Ayacucho, en el Valle de Sondondo, y se casó con una dama ayacuchana. Creó una gran familia, entre ellos mi padre, cuya lengua materna es el quechua.
¿Eres políglota como el personaje?
Solo hablo castellano, inglés y francés.
¿Quechua?
No. Lamentablemente mi padre tomó la decisión de no enseñarnos quechua. Imagino porque intentó protegernos de la marginación.
Todo lingüista necesita una formación matemática...
Por supuesto, desde la gramática...
Y precisamente el personaje principal de la novela tiene un talento aritmético producto de un golpe.
Es una cualidad neurológica inspirada en estudios muy concretos. Lo estudió Oliver Sacks, que revive un género perdido en el siglo XIX, que es el de las patografías. Es decir, textos que tratan de humanizar no a la enfermedad sino al enfermo. Él escribe El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Hay personajes de ese tipo.
¿Y tú tienes algún talento matemático?
Claro, vengo de una familia de matemáticos. Mi hermano trabajó para la NASA, mi hermana dirige el centro de cómputo de la PUCP.
La novela tiene capítulos en castellano del siglo XVI.
He tratado de ser polifónico hasta las últimas consecuencias. He tratado de ponerme en la piel de mis personajes. Usé este lenguaje en los capítulos donde aparece Felipillo. Un personaje capturado a los catorce años frente a las costas de Ecuador, que fue llevado a España, donde vivió entre cuatro y cinco años. Para recrear este lenguaje estudié La Celestina, El Amadís de Gaula y crónicas como las de Cieza de León.
¿Crees que Felipillo hablaba quechua?
Interesante la pregunta. Él no podía hablar quechua puesto que había sido hijo de pescadores o de artesanos. El quechua de la época era una lengua franca, hablada solo por los funcionarios. James Lockhart lo muestra muy bien: hace una comparación entre Felipillo y el traductor Martinillo, que era el preferido para las traducciones de importancia. Pizarro utilizaba a Martinillo. Felipillo, muy posiblemente, inventaba traducciones y trató de aprender a toda velocidad el quechua. Fue un personaje muy interesante.
Lo curioso es que Felipillo muere luego de pasarse al bando de los rebeldes con Manco Inca. Pero se le sigue asociando con la traición.
Sí. Yo discrepo con esa asociación. ¿Qué lealtad le debía Felipillo a Atahualpa o a Pizarro o Almagro o Benalcázar? Ninguna. Felipillo se va con Almagro en su expedición a Chile y a mitad de camino se escapa y se plegó a los rebeldes de Manco Inca.
¿Desde cuándo empezó tu gira por el Perú?
Comenzó el año pasado, cuando Esteban Quiroz, de Lluvia Editores, tomó la decisión de publicar el libro. Yo había sido rechazado por casi todas las editoriales peruanas. Decían que el libro era muy grande y no tenían mucha confianza en el lector peruano. Honestamente, yo sí creí que la novela tendría resonancia en el lector peruano. Apenas leyó el libro , Quiroz me dijo “este libro tiene que caminar por todo el Perú”. Antes que yo volviera al Perú, Quiroz ya estaba transportando el libro a las ferias de Huancayo, Cusco, Puno, Ayacucho y él mismo presentaba el libro ante diferentes grupos de lectores. La respuesta fue inmediata, fraternal y calurosa.
La captura y muerte de Atahualpa es una festividad que sobrevive en el Perú andino. ¿Por qué elegiste ese momento histórico para tu novela?
Digamos que el momento me eligió a mí. Todo empezó con una pregunta de un profesor de colegio: “¿Por qué los escritores contemporáneos no hablan de nuestros personajes históricos?”.
¿Y cuál fue el personaje que te interesó?
Felipillo. Un chiquillo de catorce años que de pronto se convierte en responsable de la comunicación entre dos mundos. La investigación me llevó a otro traductor, Martinillo. Y eso me llevó a otros personajes, como los generales Rumiñahui, Quizquiz, Chalquchimac. Mi reflejo fue ficharlos, organicé la información y fue en octubre de 1999 cuando me dije ¿y ahora qué hago con toda esta información? Y un día encontré el personaje de un espía que aparece en las crónicas.
De Juan Betanzos
Exactamente. Se alude a este espía que aparece en la Suma y narración de los incas, relacionado a una trama para rescatar a Atahualpa. Fue entonces cuando me dije “este es mi trabajo”. La captura de Atahualpa es un momento fundacional de nuestra historia. Además, tenemos una relación un tanto neurótica que se manifiesta en esta festividad de la Captura de Atahualpa. Tenemos algo con esa muerte, con ese personaje. Una relación ambigua, extraña, de conflicto no resuelto. Creo que lo intuí y quería abordar ese acontecimiento desde diferentes perspectivas.
Atahualpa era una divinidad que se humaniza tras su captura. Aprendió ajedrez y quizá lo venció su curiosidad por los wiracochas.
Exactamente. Es una combinación explosiva de diferentes elementos. Atahualpa era un personaje divino. El hecho de que lo hayan capturado era inconcebible. Atahualpa no podía concebir que gente como esta tuviera el cuajo de capturarlo. Lo demuestra el hecho de que se haya presentado con tres mil personas desarmadas ante los españoles.
La novela tiene como hilo conductor a los quipus. Tú vas más allá, a la posibilidad de los quipus como una forma de escritura.
Una licencia de la novela es el quipu como escritura. Los quipus se usaron para contabilidad, censos, presupuestos, calendarios astronómicos y agrarios. Los incas eran obsesivos de la sistematización.
Era un imperio y necesitaba cuentas claras, pero también una forma de escritura.
Exactamente. Hay que olvidar el sueño de que los incas tuvieron algún tipo de escritura alfabética. Eso es falso, lo digo muy claramente. Los quipus pudieron hacer sido usados como ayudas memorias basados en patrones narrativos que uno puede inclusive ver en documentos como la Nueva crónica y buen gobierno.
Frank Salomón sostiene que los quipus pudieron funcionar como una partitura.
Exactamente. Ves las cuerdas y recuerdas las hazañas, aquí las guerras. En Suma y narración de los incas hay también cantos épicos, como el de la victoria inca sobre los chankas. Es como una partitura. Uno puede imaginar, porque estamos en el terreno de la especulación, que pudo haber un “cantante” con su quipu al lado.
¿Volverás a radicar en el Perú tras el éxito de tu novela?
No. Lamentablemente no tengo cómo ganarme la vida en el Perú. Y yo quiero ser escritor a tiempo completo.
¿El espía del inca tendrá segunda parte?
Eventualmente, en mi próxima reencarnación pienso continuar con la segunda parte de este libro. Yo me gano la vida como profesor universitario en San Francisco. Escribo de manera disciplinada y regular pero no a tiempo completo.
¿Y ahora qué estás escribiendo?
Una novela y una obra de teatro. La novela es en torno a la vida de Eudocio Ravines, un comisario político de muy alto nivel. Se puede decir sin problemas que estuvo al nivel de José Carlos Mariátegui y de Haya de la Torre. Ravines escribió los documentos fundamentales del Apra. Hay pruebas. Luego se pasó al otro bando. Se convirtió en un anticomunista feroz. Y terminó trabajando para la CIA. El otro proyecto es una reconstrucción de la historia de la escritura y representación de Ollantay, que tuvo lugar en 1783, en el contexto de la rebelión de Diego Cristóbal Condorcanqui, que siguió a la de Túpac Amaru II. Diego fue su primo y la cosa se puso brava. La rebelión de Túpac Amaru II fue multiclasista, integraba españoles, criollos, hasta la Iglesia. Pero se radicalizó con Diego: nada con los españoles, ni criollos, ni mestizos, ni la Iglesia. Fue una rebelión profundamente indígena.
Fuente: https://larepublica.pe/